Javier Herrera, el rebuscador

Foto: Javier Herrera espera su almuerzo en un restaurante de la isla.

Desde muy niño, Javier recuerda que lo primero que hacía cuando su padre llegaba a casa después de trabajar era preguntale si había traído un poco de agua. Esta situación lo llena de nostalgia al ver a su hija preguntar lo mismo después de 32 años. Nailis es una niña de cabello crespo, color amarillo, sus ojos son negros y cuando sonríe se le hacen dos pequeños hoyuelos es cada mejilla. Al ver a su padre llegar del trabajo, lo abraza y le dice que lo extrañó durante el día. Javier saluda con un cariñoso beso a Angie, su esposa, quien está preparando la comida.

– ¿Cuánta agua trajiste?

– Traje 3 pimpinas.

–¿Y a quién le compraste?

– A Wilfran.

Todos los días, al regresar de su trabajo en Cartagena, lo primero que hace Javier Herrera es pasar por la alberca de Wilfran Moncaris, sitio en el que les venden el agua a los isleños en el corregimiento de Tierra Bomba.


Video: Wilfran Moncaris, dueño de alberca privada.

Javier paga alrededor de mil pesos por una pimpina de agua, la cual es una botella de plástico de una capacidad de 19 litros. Con sus manos llenas de pintura blanca, Javier entrega cuatro envases que son llenadas y las cuales usará su esposa para cocinar y beber. Para las cuestiones de aseo, Javier y su familia utilizan agua lluvia que recogen en canecas que dejan en cada esquina de su hogar.

Después de transportar las pimpinas al hombro por alrededor de 20 minutos, Javier llega a casa, la cual está construida a punta de retablos de madera y forrada con bolsas de basura que la protegen de las tormentas y lluvias. Por pequeños huecos que hay en las paredes se puede ver que la casa está divida en dos: la cocina y un cuarto donde duerme toda la familia.

Angie destapa el agua para servirles en una totuma a Nailis y a su hermano mayor, quienes inician un forcejeo para ver quien se refresca primero. Las manos de Nailis llegan primero al recipiente y la tira con fuerza hacia su boca, algunas gotas caen hacia el suelo. La niña no deja de beber de la totuma que en menos de 1 minuto es consumida en su totalidad.

Mirla Aarón, lideresa social de Tierra Bomba, menciona que los niños son los más afectados por la falta de acción estatal en el corregimiento, no solo con el tema del agua sino también en ausencia de infraestructuras para su desarrollo, como parques, colegios y hospitales. “Es muy triste ver a los niños en esta situación, yo me pregunto qué piensa un niño cuando se para en la orilla y ve al otro lado a Cartagena”, menciona.

La distancia de Tierra Bomba a La Heroica es de 1.5 kilómetros, es tan cerca que desde el puerto del corregimiento se pueden observar los grandes y lujosos edificios del barrio El Laguito. Mientras que los edificios de El Laguito son de color blanco, las casas de Tierra Bomba son de varios colores y en muchas ocasiones llevan murales en las paredes que exhiben a grito herido el sabor y la alegría de la raza negra. Sin embargo, el contraste entre Cartagena y el corregimiento es grande, tanto así que cuando los niños esperan en la orilla del mar a los turistas que les dan dinero, se preguntan por qué razón si todos pertenecen a la misma ciudad viven en condiciones tan diferentes.

Lo mismo se pregunta Javier cada vez que se desplaza a Cartagena por su trabajo, que consiste en remodelar apartamentos en el edificio Escape. Allí Javier aprovecha para ver televisión mientras realiza sus labores, pues en su hogar no puede hacerlo ya que no cuenta con uno, pues ni siquiera cuenta con el servicio de electricidad. Además, aprovecha el agua que sale del grifo para beber directamente de ella, un momento que para él es casi un privilegio.

Cada mes, Javier recibe por sus labores un pago de 781 mil pesos, un salario mínimo, con el que logra comprar la comida para su familia, pagar el transporte y los galones de agua en los que invierte cerca de 144 mil pesos mensual si compra de cuatro a cinco pimpinas diarias. Un valor que supera algunos recibos en la misma ciudad de Cartagena y hasta en estrato 5 en Bogotá. Por ello, los lugareños afirman que pagan el servicio de agua más caro de Colombia.