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Producción

Masterizando canciones con Mario Galeano

por Sebastián López Ramírez.

En la década de los 80 hubo un sonido que inundó el mundo

Está presente en canciones como “In The Air Tonight”, del multiinstrumentista Phil Collins, y “Purple Rain”, del excéntrico Prince. Es el sonido gordo de la batería que rompe con mucha más fuerza y llena completamente el tema, por si no se dieron cuenta.

Según la periodista musical Estelle Caswell, en la serie Earworm, ese sonido fue un descubrimiento accidental.

En 1980 el músico británico Peter Gabriel se encontraba grabando su tercer disco en solitario Melt y en el estudio donde lo estaba haciendo había una nueva consola. Ese juguete nuevo tenía un cable conectado a un micrófono dentro del estudio para que la banda se comunicará con la persona que estaba grabando desde el control master. Al iniciar la grabación, la batería entró por ese nuevo artefacto y se decidió que así se grabaría en todo el álbum. Allí nació ese sonido, el gated reverb o reverberación cerrada, porque ya no se aislaba cada sección de la batería sino que todo llegaba a ese único micrófono.

Esa batería gorda reemplazó todos los intentos que hicieron bandas como Earth, Wind & Fire en canciones como “September” o hasta los mismos Pink Floyd con “Wish You Were Here” para que los platillos, el bombo, los hi-hats, los toms y demás partes de la batería sonaran lo más limpio posible. De hecho, ha habido una reciente retoma de esa reverberación por artistas como Lorde en canciones como “Green Light” o Drake en “Hold On We’re Going Home”. Un accidente que no solo definió el sonido de una banda, sino el de toda una época.

Hay otro ejemplo más cercano a nuestra latitud y a nuestra sonoridad de cómo un sonido define un fenómeno.

Para los 2000 el reggaeton era lo que más estaba pegando en el espectro musical latinoamericano. Temas como “Gasolina” de Daddy Yankee o “En su nota” de Don Omar sonaban semana tras semana en las discotecas y en las emisoras musicales juveniles. Sin embargo, la isla colombiana de San Andrés tenía un ritmo que no comulgaba con el género puertorriqueño que se estaba empezando a masificar.

El 'mood up', como muestra Noisey en su documental ¡Mode-Up! El baile que nunca fue, es un género urbano que surgió en San Andrés bajo la batuta de Buxxi. El sanandresano hacía pistas musicales que fusionaban el dancehall, el chatisse, la jumping polka y el reggaetón sobre las cuales artistas como Hety and Zambo, Jiggy Drama, Rayo y Toby o Jack Style cantaban. Tal fue el crecimiento y la personalidad del género que llegó a artistas puertorriqueños como Ñejo en su canción “Roze” o el actual dirigente del reggaetón J Balvin con “Tranquila”.

El arte de escuchar

Tanto en el caso del 'mood up', como en el de la reverberación cerrada, hay un personaje relevante: el productor musical. Una figura que aunque ya tiene historia, y en varios premios como los GRAMMY o los BRIT es reconocido, no es tan visible. Por ejemplo, ¿quién fue el productor del Dark Side of The Moon de Pink Floyd o el de Sgt. Peppers de los Beatles? En contadas ocasiones se recuerda quién hizo esta labor en los proyectos, pero varias veces es quién define el sonido allí impreso.

Antes de entrar en detalle, ¿qué significa ser productor? Quizá la mejor definición la da Mario Galeano, productor musical bogotano que ha ganado en los últimos años reconocimiento, al decir que es “una figura que se encarga de supervisar la estética alrededor de ciertas canciones y de dar una serie de recomendaciones a la hora de grabarlas para lograr un sonido específico”. Por ejemplo, el sonido de la cumbia electrónica y cumbia experimental que él mismo ha venido desarrollando.


En palabras del mismo Mario, el sonido que ha venido proyectando desde su primer grupo Ensamble Polifónico Vallenato es el 'tropicalismo canibal'. Al lado de Eblis Álvarez y Pedro Ojeda, dos talentosos músicos capitalinos, ha ido perfilando ese sonido que está presente en grupos como Meridian Brothers, Chúpame el Dedo y Los Pirañas. Como se afirma en el documental “Ataque Tropical Bogotano”, ellos son el tridente detrás de ese sonido experimental que surgió de un concepto pulido a pulso e independencia en el inicio de la década de los 2000.

“Mario siempre se ha interesado por ir hacía la raíz, al origen, de cualquier fenómeno”, apunta Eblis cuando habla de su amigo y productor. Según el músico, ese talento antropológico es lo que lo ha llevado tanto a géneros como la cumbia como a entender la forma en la cual se grababa y se lograba ese sonido. Escarbar hasta el fondo del canasto, para saber de qué mimbre está hecho.

Esa tarea es un canon que Galeano tiene y considera como primordial para cualquier productor musical. “Uno no necesita tanto de una academia, sino de una curiosidad sonora”, añade. Para él, eso y tener contacto directo con la máquinas que generan efectos como la reverberación en canciones como en la versión unplugged de “En la ciudad de la furia” es de suma importancia en la formación de un productor.

Teófilo Soto, productor recién egresado de la Universidad Fernando Sor, es un fiel creyente de eso que Galeano propone. “Yo empecé en el Bosque estudiando música, pero me interesé por el sonido y las máquinas, lo que me llevó a estudiar allá”, añade acerca de su universidad que ofrece Ingeniería de Sonido como carrera profesional. Al igual que esa institución hay otras más en la capital colombiana como la Universidad de Los Andes, la Pontificia Universidad Javeriana, la SAE Institute, entre otras.

Producir para sí y producir para otros

La producción como camino llegó a la vida de Mario Galeano a través de su grupo Frente Cumbiero. Allí, comenzó a tomar decisiones como qué micrófonos utilizar, en qué formato grabar, qué músicos e instrumentos usar y cómo quería que sonara. “Eran producciones muy caseras hechas con herramientas muy básicas: un computador personal, una tarjeta de sonido, samplear cosas, controladores MIDI”, añade el bogotano.

Poco después se encontró con uno de los grandes maestros del dub Mad Professor que le ayudó a experimentar en las máquinas físicas. “Conocerlo me abrió a usar equipos análogos cuando todo el mundo estaba muy tramado con los plugins”, dice Galeano al hablar de las enseñanzas más grandes que recibió. Para él, este productor guyanés que apareció en su camino es uno de sus grandes profesores y tuvo la fortuna de trabajar a la par en canciones como “CumbiEtiope” y “La Bocachico”.

Mario Galeano. Foto por: Sebastián López Ramírez.

Además, está Will Holland con quien montó el proyecto Ondatrópica. Allí juntaron a maestros de la música tradicional colombiana como Fruko, Michi Sarmiento, El Chongo y Nidia Góngora, para crear un sonido electrónico con raíces en los saberes ancestrales a partir de la experimentación sonora. De este proyecto salieron canciones como "Linda Mañana" y “Cien años” que tienen ese sonido a cumbia experimental característico de Mario.

Según él, estos proyectos le permitieron explorar las sonoridades, conocerse y conocerlos a su ritmo. “No tienes un límite de tiempo y en ocasiones se comienza a dilatar la cosa, pero es porque dialogas contigo mismo y eso requiere reflexión constante”, añade. Sin embargo, no solamente ha trabajado como productor para sus proyectos propios, sino en los de otras personas.

Los Rolling Ruanas es una banda de carranga punk metal compuesta por Juan Diego Moreno, Fer Cely, Luis Guillermo Gonzáles y Jorge Mario Vinasco, que para su segundo disco Sangre Caliente llamó a Mario Galeano para que se hiciera cargo de la producción. Según Juan Diego Moreno, “él es una persona que tiene mucho respeto y mucha percepción natural, profunda, del folclor colombiano”. Por esa razón, se inclinaron para darle la confianza de entrar a su disco al haber visto el trabajo que había realizado con Frente Cumbiero y Ondatropica.

Mario Galeano. Foto por: Sebastián López Ramírez.

Para Juan Diego, Mario logró en ese disco “un enlace entre la tradición folclórica y una nueva visión de producción para sentir frescura 30, 40 o 50 años después de haber iniciado”. El músico, que interpreta la guacharaca, se refiere a la carranga y cómo ese sonido perpetuó y ahora tiene nuevos tintes en canciones como “Rajaleña” y “Ojos de Serpiente”. Sin embargo, nada se hubiera logrado sin una buena relación entre músicos y productor.

Según Mario, el productor tiene una labor mediadora, diplomática y muy personal al momento de hablar sobre el proyecto de alguien que confía y lo pone en sus manos. “Todos tenemos sensibilidades muy fuertes alrededor de lo que creamos, es entonces a veces complicado dar opiniones concretas con la relación personal con el otro”, añade. Eso, y el tiempo limitado por el estudio, los días de grabación y el presupuesto del músico producido, son retos que aparecen en la creación musical.

De todas maneras, no es una labor de la cual se pueda vivir en Bogotá y tampoco es una muy solicitada. Eblis Álvarez afirma que eso solo sucede en una industria con dinero en donde se pueda pagar el lujo de un productor para un disco y “aquí no mucho músico lo tiene”. Por su parte, Mario afirma que “hay que tocar, hay que enseñar, en mi caso soy DJ a veces, hay que tener bandas, viajar con ellas”, además de ser productor para tener un ingreso económico estable.

Ingresos
Infogram

Sin embargo, es algo paradójico al ver los datos que da la Cámara de Comercio de Bogotá, cuando dicen que cada vez hay más ingresos por la música grabada en Colombia. De tener en el 2012 un ingreso total de USD 16’400,000, se pasó a tener un ingreso de USD 35’100,000 en el 2016 por las piezas musicales hechas en el país. Según la revista Dinero, las Industrias Culturales y Creativas (donde está la musical) aportan el 3,3 por ciento al Producto Interno Bruto del país.

Los lugares mágicos

Conseguir dinero para tener equipos de grabación no es sencillo en Colombia. Según Mario, esto se debe a que no existe una cultura de producción en la historia patria musical. “Todo el mundo compra los equipos con ahorros o en pocos casos se tiene acceso a un estudio casero con equipos básicos”, añade el productor.

Sin embargo, hay lugares que se han erguido como estandartes de resistencia musical en el país del Sagrado Corazón. Los estudios musicales que han ido construyendo espacios de creación artística son de suma importancia. Por ejemplo, Mambo Negro, la casa de proyectos como La BOA o Bandejas Espaciales.

Manejado por Daniel Michel y ubicado en el barrio bogotano La Soledad, es recomendado por Mario Galeano para ir a grabar. Para Daniel “no es lo mismo producir en la alcoba que ir a un estudio, salir de la casa, irse todo un día a un lugar para grabar”. Según el también productor, la cuestión de prepararse psicológicamente para hacer un producto musical en un espacio donde solamente se haga eso, le permite al grupo o al artista tener algo único al final.

Como una tarea mesiánica, Daniel ha administrado este estudio desde hace unos tres años y ha buscado equipos viejos para poder grabar. Tiene desde cabezas para borrar audio en cinta que le han llegado de Japón, hasta micrófonos que le costaron entre 10 y 30 millones de pesos. “Como en cualquier negocio hay plata moviéndose, pero a fin de cuentas está el lado artístico y a ese le dedicamos mucho para hacer un servicio utilitario: arte”, añade.

Los estudios caseros han sido un fenómeno que de a poco han ido llegando al país. Según Mario, en Colombia no hay estudios grandes y viejos que vayan desechando máquinas de las cuales puedan echar mano los jóvenes productores por precio y por calidad. “Uno siempre tiene que estar mirando afuera para ver qué se puede traer para su casa”, dice con enojo.

De hecho, Mario comenzó a forjar su espacio de producción en su casa cuando estaba estudiando en Holanda composición musical. Cuenta que en esos países hay máquinas en muchos lugares esperando que sean usadas y es necesario que en Colombia suceda esto para que no se caiga en el vicio de que el proyecto suene bien en vivo, pero en el disco sea otra historia. “Eso pasaba antes, las bandas de punk y rock en el sitio sonaban una chimba, pero el disco era una decepción”, comenta.

Mario Galeano. Foto por: Sebastián López Ramírez.

Juan Diego Moreno, vocalista de Los Rolling Ruanas, dice que es un convencido de que esos espacios destinados para la grabación hacen que el disco suene completamente distinto. “Haber estado en Mambo Negro y haber grabado análogamente le dio a Sangre caliente una personalidad que no hubiera tenido si se grababa en otro lado”, añade. Para él, esa mezcla de folclor y músicas pesadas no sonaría así de no ser por la magia del estudio de Daniel Michel y la producción de Mario Galeano.

Aunque hay una toma de conciencia por parte de los músicos sobre el tema de producción, es muy difícil cuando los estudios y los productores son efímeros. “Esos negocios y esos personajes siempre tienen un corto aliento, a menos que sean leyendas impagables como Audiovisión”, dice Mario. Para el productor aún hay un trecho largo por recorrer.

Sin embargo, los oídos musicales van a estar abiertos para buscar cómo grabar una canción. Aunque la industria crezca de una forma tan exponencial que de a poco se coma los pequeños espacios, hay una resistencia que se puede ver en personajes como Mario o Daniel. Aún hay lugares y personas que vuelven una experiencia única y mágica el escuchar un disco en un trayecto de bus en una ciudad donde el caos abunda.

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