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Fotografía

Instantáneas con Julián Gaviria

por Sebastián López Ramírez.

Nadie nunca hubiera entendido lo que es Macondo...

...sino hubiera sido por el relato vívido de García Márquez en Cien años de soledad. Ni la espesa selva por la cual recorrió algún Buendía, ni el árido desierto en donde siempre se encontró Úrsula, ni la Masacre de las Bananeras hubieran llegado a todo el mundo en 48 diferentes idiomas de no ser por el escritor costeño. Toda una idiosincrasia, una geografía, fue galardonada con el Nobel de literatura en 1982 para quedar en la memoria de miles de personas.

Así se relataban lugares e historias casi cuatro décadas atrás, pero el cambio, tanto tecnológico como generacional, ha abierto nuevas narrativas. Una de ellas es la fotografía que se ha sentado poderosamente en el trono de los medios y ha sido un recurso constante. Por ejemplo, la foto de los ojos verdes de la entonces niña refugiada afgana Sharbat Gula sirvió para mostrar los horrores de la guerra en 1985.

Pero, ¿qué pasó en la música con la fotografía?

Las portadas de los discos se volvieron el principal objetivo de varios proyectos musicales para resaltar de entre el montón. En el rap está la contestataria carátula del disco Apocalypse 91… de Public Enemy del año 1991. En el rock la psicodélica imagen del álbum Ummagumma de Pink Floyd del año 1969. Hasta en la música de plancha está la inconfundible imagen de un José José mesiánico en su placa Buscando una sonrisa del año 1971.

Un buen disco tenía que tener una buena carátula, una imagen que apoyara el discurso del álbum, pero eso ya no era suficiente. La narrativa visual debía estar en todo: contando quién era el artista y cómo era su vida, sobretodo desde la aparición de las redes sociales en la década de los 90. Por ello mismo hay grandes retratos de artistas como 2Pac leyendo en su biblioteca gigante con la que aportó a las luchas de los negros para acabar el racismo o los satánicos paisajes de Mayhem que consolidaron el black metal noruego cansado de la religión y el orden.

Allí, detrás de ese lente mágico, de esas cámaras pesadas, siempre estaba el fotógrafo. Personajes inmensos como el brasileño Daniel Motta, que retrató toda la escena metalera de Medellín, o el mismo estadounidense Jonathan Mannion, culpable de fotografiar a personalidades como Biggie y Jay-Z, se consagraron en un mundo donde lo primordial es lo que se oye, no lo que se ve. En este país llamado Colombia hay personajes que comprenden bien esa labor como Julián Gaviria.

La música a través del lente

En medio de las montañas antioqueñas, en el valle de Aburrá, nació Julián Gaviria en 1982. Él es un fotógrafo criado en el seno de una familia de clase media convencional de esas que comen frijoles y los fines de semana salen a pasear a media hora de la ciudad. Como la mayoría de cosas que ha vivido, la fotografía llegó accidentalmente a él y ya lleva 21 años viviendo a través del lente, “disparando continuamente el obturador”, en sus propias palabras.


Su madre era una aficionada a la profesión y ella lo metió en toda esta vuelta. “Parce, yo no quería ser fotógrafo; lo fui casi que obligado por mi mamá porque yo no quería estudiar nada”, comenta el paisa. Sin embargo, desde la primera clase que tuvo en la Caja de compensación Comfenalco se le abrieron los ojos a los encuadres, los desenfoques y los momentos plasmados en instantáneas, por lo cual no le vió otro rumbo diferente a su vida.

Siempre estuvo rodeado de muchos proyectos musicales de amigos que estaban tratando de salir a flote. Por ello, comenzó a ser solicitado por varios para que les tomara fotos para las portadas de los discos y ahí empezó su trayecto en la fotografía de música. “Muy por suerte empecé a hacerlo y a entender cómo funcionaba una banda desde su parte artística, hasta su parte logística, hasta su parte estratégica y todo eso”, añade recordando otras épocas.

Para él, la fotografía de bandas, de música, es una labor que ya tiene en sus entrañas y la siente en cada captura que hace a las bandas con las que trabaja. Es por ello que dentro de la escena musical ha desaparecido su nombre, pero su alias se ha vuelto mucho más reconocido. “El de las fotos”, así lo referencia la mayoría.

Lo más importante en esta labor, según Julián, es transmitir el arte del artista en la fotografía que se toma. “Uno tiene que dejar aparte el estilo propio, exaltar el estilo del personaje y de su obra para que el trabajo sea especial y único”, añade como si estuviera dictando clase. Es por ello que el trabajo que hizo para la carátula del disco Pretty Boy, Dirty Boy de Maluma tiene esa estética distintiva y definida del reguetonero paisa: un pelado entre buen niño y mal tipo.

Para completar su labor, Julián se ha casado con su cámara y dos tipos de lentes. “Parce, uno necesita un sensor grande, comprar una full frameUna cámara con un circuito sensor de imagen cuyo tamaño equivale al formato de 35 mm utilizado en las cámaras clásicas., porque eso sí da calidad y, personalmente, manejar dos o, máximo, tres lentes”, agrega. Para el antioqueño barbudo, de pequeños ojos y de gran vista, un buen fotógrafo conoce su equipo y le basta con eso para capturar los momentos que en su mente dibuja.

Hay dos momentos específicos que Julián entiende en su trabajo de fotografía de música: el de estudio y el de acompañamiento.

Los Alcolirykoz. Gambeta, Kaztro y Fazeta. Foto por: Julián Gaviria.

El primero consta en planear una foto específica para un momento específico. Para una caratula, para un sencillo, para una entrevista, para un comunicado de prensa, para publicar en las redes sociales, entre otras. Son instantáneas pensadas dentro de un plan de mercadeo, para que la música tenga un rostro específico y único.

El segundo, quizá el que más le gusta al antioqueño, es ese seguimiento a una banda en un concierto o en su diario vivir. “Ahí casi siempre uso lentes gran angulares, de amplio alcance, para poder capturar toda una escena con muchos elementos”, dice contando que prefiere tener en su mano un 14 mm o 50 mm. Pero, el texto no dice mucho, es mejor ver el trabajo que ha venido haciendo con Alcolirykoz, la banda de rap nacional que actualmente se consagra por medios como Rolling Stone como una de las mejores del país.

De las fotos a la familia

Cuando uno levanta el teléfono y comienza a hablar con alguno de los tres ‘ninjazz’, como ellos mismos se denominan, se siente en un comedor tomando el tinto después del almuerzo. Gambeta, Fazeta y Kaztro, los alias que usan Juan, Gustavo y Carlos, han hecho de Alcolirykoz uno de los proyectos más ambiciosos y únicos en Latinoamérica al retomar sonidos propios de la región y volverlos rap. Grandes figuras del hip hop como los estadounidenses DMX o el más actual Roc Marciano lo confirman en entrevistas y visitas constantes al país para hablar con la agrupación.

“Pana, eso no es un proyecto, es una familia”, dice Julián Gaviria que lleva trabajando con ellos desde hace unos diez años. Llegó a los Alcolirykoz porque estaban buscando un fotógrafo para la carátula de su primer disco llamado La Revancha de Los Tímidos. Algun conocido de Julián le pasó el contacto a Gambeta que lo invitó a reunirse en el colegio Gilberto Alzate Avendaño en el barrio Aranjuez para empezar a conspirar ideas juntos.

Los Alcolirykoz. Fazeta, Gambeta y Kaztro. Foto por: Julián Gaviria.

Muy madrugador y puntual, Julián llegó en su moto a la comuna 4 donde empezó su camino en la banda que va de la A a la Z, recuerda Gambeta. “Nos sentamos; como siempre ha sido muy juicioso y disciplinado, él comenzó a explicar su trabajo. Hablamos del proyecto, de la música y terminamos hablando hasta de la vida misma, parce”, añade el rapero que por algunos medios como Radiónica es catalogado como uno de los más versátiles en la actualidad colombiana. Desde ese momento, en una mesa de colegio como si fueran unos niños volviéndose hermanos, empezó a retratarlos como llenando un álbum familiar

Con ellos ha tenido mil experiencias y grandes recuerdos que lo han permitido bautizarze como el cuarto ninja. Por un lado, Julián recuerda muy bien el día en que Gambeta conoció el mar en la costa de Santa Marta, momento que pudo inmortalizar en varias instantáneas y además en el video de “N.A.D.A.”. Por el otro, está Gambeta que recuerda el día en el que tomaron la foto de la carátula del disco Efectos Secundarios donde “hasta el gato de la juguetería donde estábamos se metió en el encuadre y al final tenía que estar o estar en esa obra de arte que hizo Juli”.


Para el fotógrafo antioqueño sentarse y mirar a la banda tras bastidores es más importante que estar detrás de ellos cuando están en tarima. “Yo no soy mucho de la foto espectacular, sino de contar las historias que no se ven, las cosas más sencillas”, asegura hablando de su camino que lo ha llevado no solo a estar metido en las instantáneas, también a dirigir videoclips y el documental oficial de la banda. Sin embargo, es una responsabilidad que adquirió porque es uno más en la familia Alcolirykoz porque como dice Gambeta, “el trabajo de Julián es impagable y no tiene forma de medirse”.

Los horizontes y los mugres

Ser fotógrafo de una banda se ha convertido en una especie de cronista del proyecto. De hecho, así también lo ve el fotógrafo, enfocado en hacer video, Juan Paez, un jóven cineasta que se ha dedicado a estar detrás de bandas de rock alternativo de la capital colombiana como Quemarlo Todo Por Error, Bonanza Firulais o Distimia Agorafóbica. Él se ha establecido como videógrafo del colectivo Rompeolas, una profesión que con el paso del tiempo ha ido tomado mayor relevancia.

“Para ser videógrafo hay que ser parte de la audiencia: poguear, saltar, gritar, llorar y todo lo demás para que ellos se sientan partícipes y se dejen grabar sin tapujos”, asegura el joven de 24 años que ve su vida en frames. Para Juan, que se distancia un poco de Julián y su labor de fotógrafo, su profesión no solamente quiere hablar del artista, sino del público y todo lo que hay allí. Retratar a los que soportan a la banda y hacen que las canciones tengan sentido tanto para generar memoria de los fenómenos musicales, como también para crear un imaginario de esos seres fundamentales que están expectantes abajo de la tarima.

De todas maneras, al igual que Julián, Juan ha encontrado diversos problemas. Uno en el que ambos coinciden es la falta de relevancia que se le da a la labor en la parte económica. Según el paisa, “como los músicos cobran por sus shows, los fotógrafos cobran por sus fotos”, como también afirma el bogotano al decir que, “algunos colectivos, algunos bares, algunas bookers, no reconocen el valor del fotógrafo o videógrafo”.

Ambos están en la misma página al decir que, dependiendo del proyecto, la labor de videógrafo y fotógrafo puede resultar o no necesaria. Para Julián, “a veces el fotógrafo es indispensable, como por ejemplo en el show del Festival Estéreo Picnic de Kendrick Lamar donde había un fotógrafo que era casi que parte del show y estaba disfrazado de soldado”. Cada banda o artista es diferente y sus necesidades también, por eso a algunos solo les basta con un celular mediante el cual puedan tomar fotos y subirlas a redes sociales.

Julián Gaviria. Foto por: Sebastián López Ramírez.

Sin embargo, Juan Paez añade algo: la labor de registrar a la audiencia, al público, a la gente, es una tarea primordial. “Parte de lo que me motiva a grabar toques es que cualquier adolescente de aquí a diez años diga ‘uf, marica, esto pasó en mi ciudad’ al ver los videos”, afirma hablando de esa labor documental. Juan busca generar una memoria colectiva a través de los videos con los que registra a la escena de rock alternativo que está en plena ebullición en Bogotá.

Además, algo que ambos ven como problemática en el mundo de la fotografía de música es que los fotógrafos tienen muchos proyectos y por esa sobrecarga no logran ahondar en cada uno. “Diría yo unas tres o cuatro”, añade Julián refiriéndose a la cantidad de bandas con las cuales recomienda trabajar. Para él, como para Juan, es mejor escarbar en unos cuantos grupos y sus momentos que cargarse ochenta diferentes proyectos encima y no lograr las fotos que quisieran.

Los pequeños mugres siempre se pueden quitar de los lentes y por ello los fotógrafos de músicos o de proyectos musicales continúan su labor. Habrá alguien haciendo retratos de los artistas en los camerinos, alguien que esté en el foso disparando a la tarima o alguien que se meta al pogo más salvaje para hacer memoria gráfica. Puede ser Juán o puede ser Julián, pero siempre habrá alguien encargado de guardar para la posteridad los momentos más icónicos, profundos, alegres, tristes y frenéticos de una banda en instantáneas.

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